METRO CUADRADO/ LA PAZ.- La “Casa Luna Orosco” emerge como un faro de la historia en la calle México de la Zona de San Pedro, en La Paz. Construida en 1895 y entregada a la familia Orosco en 1923, este inmueble patrimonial no solo es un testimonio de la arquitectura republicana, sino también un repositorio de arte a través de sus grandes frescos.
Yerko Javier Lazo, encargado de los trabajos de restauración, detalló el proceso que busca devolverle a esta joya su esplendor original, mientras la ciudad sigue su ritmo frenético y, a veces, destructivo.
“Estamos realizando trabajos de arquitectura de preservación republicana”, explica Lazo, cuya voz resuena con la pasión de un defensor del patrimonio. La intervención, centrada en mantener las características neoclásicas finales de la casa, subraya la importancia de rescatar no solo la estructura, sino los materiales que le dan vida.
El adobe, los revoques de barro con paja, y el papel tapiz vinílico, son elementos que evidencian la autenticidad de la construcción. El piso de machimbre, hecho de pino oregón, y las puertas importadas de época delinean la historia escondida tras cada rincón.
La “Casa Luna Orosco” se alza con un neoclásico “francesado” que destaca por su enfoque en las fachadas, y Lazo nos muestra con orgullo los linteles decorados que dan cuenta de un pasado rico en estética y diseño.
Sin embargo, el proceso de restauración es un desafío constante; “cuando llegamos, la casa había sido totalmente intervenida”, comenta Lazo, refiriéndose a las transformaciones dañinas que había sufrido a lo largo de los años. El hormigón y otras modificaciones no acordes fueron demolidos, y ahora, el desafío es construir sobre lo ya conservado, a la vez que se respeta la esencia de la casa.
La restauración no solo busca devolver la casa a su estado original, sino que plantea nuevas posibilidades. Con todas las dependencias listas para habitarse, surge la pregunta: ¿podría la “Casa Luna Orosco” volver a ser un hogar? La respuesta de Lazo es afirmativa, aunque con reservas.
Si bien se vislumbra la posibilidad de usarla para otros propósitos, como un restaurante de prestigio, el acabado actual no sería el adecuado. No obstante, su valor radica en la riqueza de sus frescos: “No hay una casa en La Paz que tenga tantos frescos en las paredes”, enfatiza.
La búsqueda del arte perdido es un proceso. Lazo menciona al pintor Hernando Villegas, cuya obra podría complementar el patrimonio visual de la casa, con frescos que narren una historia vibrante, un vínculo entre el pasado y el presente.
Sin embargo, Lazo comparte su preocupación ante actos de vandalismo que afectan la fachada recientemente restaurada, un trabajo que ha costado tiempo y recursos. “Eso es lo que nos da rabia”, asegura, refiriéndose a la percepción de desdén que algunos pueden tener hacia el patrimonio.
No es fácil luchar contra la indiferencia, pero la “Casa Luna Orosco” sigue en pie, resistiendo los embates del tiempo y la desidia. La idea de transformarla en un museo del patrimonio local, donde se exhiban tanto sus frescos como su historia, se discute entre sus protectores.
Sería un hito en el centro de la ciudad, un lugar de encuentro entre la historia y el presente. La preocupación por el mantenimiento y la preservación de su rica herencia arquitectónica son constantes en la mente de muchos que saben que, al final, es la comunidad la que debe hacerse cargo de este legado.
Así, la “Casa Luna Orosco” se convierte en un símbolo de esperanza y resistencia, un recordatorio de que, aunque la modernidad y los graffitis intenten borrar lo antiguo, hay quienes están dispuestos a luchar por su conservación, por el respeto a la historia, por el amor a lo que nos define como sociedad. Al final del día, cada trazo, cada fresco, cada ladrillo cuenta una historia que merece ser escuchada.
La historia de la casa
Javier Luna, uno de sus propietarios, cuenta que la casa fue construida aproximadamente en 1922 sobre un terreno conocido como Sayaña, que originalmente pertenecía a Miguel Quispe, un indígena cuyo legado se remonta a 1885. Según Luna, este terreno formaba parte del Ayllu Luquichapi.
Después de la adjudicación, el predio pasó a manos de las señoritas Montes, quienes lo vendieron posteriormente a Olegario del Alcázar, un acaudalado empresario con diversas fincas en Yungas, donde destacaba la producción de coca. PAN Noticias/amun.