IN EXTENSO/CULTURA (Por: Gerardo Ichuta I.).- La veneración a los difuntos, fue una constante muy característica de las civilizaciones precolombinas, manifestándose en los suntuosos entierros, especialmente de autoridades y patriarcas.
Hoy todavía se yerguen, los monumentos funerarios que albergaban los restos de individuos, colocados en cestos de paja, llamados chullpas. Construidos en barro de arcilla y paja, los más sencillos contrastan con los elaborados en colores ocres o los de piedra finamente cortada.
Estos restos, actualmente, se constituyen en atractivos turísticos.
Los cronistas de tiempos de la Conquista Española, dan cuenta de que en una fecha específica se colocaban en andas, las osamentas de la dinastía incaica, para venerarlas.
Toda esta tradición sirvió de marco para que “el día de difuntos”, que es una costumbre hispana, sea asimilada por los indios aymaras, quechuas y en síntesis de todo lo que hoy es Latinoamérica.
El viaje de las almas
Cuando una persona muere, entre los aymara, entre otros detalles, debe ser enterrado con los pies orientados hacia la salida de sol.
Se manda a celebrar una misa de ocho días, otras de uno, tres, y seis meses de acaecido su deceso. Al cabo de un año se celebra una misa con una posterior fiesta en la que los dolientes se despojan del luto que llevan.
Si la muerte del individuo sucede meses antes de noviembre, no se espera el retorno de su alma, pues es considerado “muerto fresco”, al siguiente año sí y así sucesivamente hasta el tercer año, que es cuando se lo despacha.
Este despacho o despedida no supone, el no esperar su retorno con un altar preparado, sino que éste ya no tendrá las dimensiones de los tres primeros años. Despachar implica que el alma del difunto pasará a formar parte de un conglomerado de antepasados denominados achachilas, perderá su individualidad y su nombre con el paso quizá se olvidará; éstos moran en las alturas de las montañas como seres benévolos, en un espacio llamado Alajpacha. El despacho contempla también el despojo definitivo del luto, para posteriores años; los familiares, en adelante, pueden optar, si desean, llevar medio luto para los días de difuntos posteriores.
Manjares para recibir a las almas
Medio día del primero de noviembre, es el momento crucial, para la llegada de las almas de los difuntos, que retornan para ser agasajados.
El pan es el principal majar de este evento festivo. Tomando las formas más diversas, este pan lleva más ingredientes que las piezas de pan consumidas cotidianamente.
Las hogazas de pan que tienen forma humana, se las denomina genéricamente thantawawas, (niños pan), término que difiere mucho cuando se debe diferenciar su apariencia individual, pues si adopta la forma masculina se le denomina achachi (viejo) y si su apariencia es femenina es awila (vieja).
Las thantawawas son la encarnación de los achachilas. Sin embargo, las formas del pan, no se limitan a sólo eso, adquieren forma de escaleras para que las almas regresen a las alturas; caballos para que en ellos lleven todo lo se les ofreció; coronas, piezas que asemejan a senos, cachos retorcidos y otros. Abundante fruta de temporada es infaltable; piñas, naranjas, limas y plátanos son los preferidos. Todo esto se complementa con aquellos manjares que el difunto gustaba servirse en vida.
Imprescindible es también colocar golosinas, pito (harina cocida de cañahua), quispiña (galletas de quinua), tokoros (cebollas en flor) que junto a velas, flores, esquelas y fotografías de los difuntos, le dan un aire solemne.
Despachando a las almas
Nuevamente, medio día, en este caso el 2 de noviembre es la hora indicada para el despacho.
Se acostumbra servir, el plato típico de esta fecha que es el ají de arvejas o en todo caso el que el difunto prefería.
Se procede a desarmar el altar que se hizo en casa y se lleva todo a la tumba del alma en el cementerio. Allá se arma lo que llaman “tumbo” y se hace rezar por el alma ofreciendo platos colmados de panes, frutas y otros a todos los acompañantes. Este proceso se lo hace en tres tiempos, kallta (inicio), taypi (medio) y tukuy (final). Alternadamente va llegando, gente que se ofrece para rezar por el “el alma bendita”; son éstos, quienes hacen un despliegue de rezos y cánticos que entremezclan palabras en aymara, castellano e incluso latín.
El despacho de las almas no es estrictamente un acontecimiento triste. Formal, en un inicio, escuchándose una que otra risa por algún ocasional chiste; posteriormente, bajo el influjo de bebidas alcohólicas, incluso llega el momento de bailar.
Porque despachar a las almas en su tercer año para que emprendan el viaje al Alajpacha, supone despedirlos con música y baile.
Músicos armados de piinkillos, tarkas y mohoceños que son instrumentos de tiempo de lluvias, son acompañados por estruendosas wankaras o tambores andinos. Las típicas bandas de instrumentos de bronce de similar forma se hacen presente, complaciendo a los concurrentes con morenadas, que son los temas más solicitados.
Este dos de noviembre se entremezclarán los lacrimosos rezos con la música folclórica, alegre y triste a la vez en los abarrotados cementerios como el de Viriroco en Viacha, el mercedario en El alto o La Llamita en La Paz. LA PAZ/CAMINANTE-cultura/ PAN Noticias/ gerard.ichu@gmail.com